lunes, 28 de enero de 2008

La desregulación apresurada produjo nuestras plagas financieras

La desregulación apresurada

produjo nuestras plagas financieras

El presidente George W. Bush propuso hacer permanentes los
apresurados estímulos fiscales y desregulaciones que han producido
los escándalos económicos actuales.

Paul A. Samuelson
Economista

“Que tus hijos vivan en tiempos interesantes”, rezaba una antigua
maldición, no un deseo alegre. Las guerras y las revoluciones son
historias emocionantes. La prosperidad pacífica y prudente es
bastante aburrida.

Así pareció evolucionar la microeconomía entre 1980 y 2005, tanto en
América como más ampliamente alrededor del globo. Cuán engañoso.

1. La inflación supuestamente se había dominado al costo únicamente de
dos recesiones consecutivas en el período 1980-1981, cuando el gobernador
Paul Volcker estuvo al frente de la Reserva Federal.

2. Esto fue seguido por la increíble burbuja en el mercado de valores que el
mago Merlín, en la persona del voluntarioso Alan Greenspan, dejó avanzar
a su feliz ritmo.

Después de todo, el doctor Greenspan recordaba sus días en la camada de
Ayn Rand: “Si la gente prudente invierte en bonos y acciones que van subiendo,
¿quiénes somos nosotros para saber más que ellos y disminuir el
apalancamiento marginal permitido o aumentando las tasas de interés federales?”

Se esperaba poder contar con las innovaciones de Joseph Schumpeter para
hacer flotar a todos los barcos.

Lo inevitable ocurrió justo cuando George W. Bush capturó la presidencia en
2000, y cuando las mayorías republicanas reinaban en ambas casas del Congreso.

El “conservativismo compasivo” de Bush se tradujo en compasivos estímulos
fiscales para los plutócratas, junto con una nueva desregulación de la contabilidad
corporativa.

Los cínicos en Wall Street comenzaron a denominarla como la nueva era de
Harvey Pitt. Pitt Fue designado presidente de la Comisión de Intercambio de
Valores (IRS, por sus siglas en inglés) precisamente debido a que había sido
asesor legal para las cuatro grandes firmas contables. El primer discurso de
Pitt proclamó el nuevo día de una “más amable Comisión de Valores”.

Abogados, contadores y directores ejecutivos entendieron las palabras de Pitt:
busquen ese dudoso vacío legal fiscal y el IRS no hará líos. Oculten las pérdidas
y exageren las utilidades con diversas técnicas fuera de las hojas de balance que
violan las estrictas reglas de contabilidad legisladas en los años anteriores a Bush.

¿Por qué recordar estas historias ya algo antiguas? Por una buena razón.

Anticuada pesadilla. Las bancarrotas globales actuales y las pesadillas
macroeconómicas se remontan directamente a las aventuras de ingeniería
financiera que permitió y alentó el oficialismo de la era de Bush.

El joven George W. Bush no sólo enturbió la política en el Medio Oriente, sino
que la versión Bush-Rove de la democracia plutocrática logró la singular alquimia
de convertir un ciclo normal de altibajos en la vivienda en una anticuada y difícil
de manejar pesadilla financiera mundial.

Esta vez Estados Unidos fue el jardín del Edén que tentó a los banqueros suizos,
alemanes e ingleses a comer la manzana del mal de la falta de transparencia y del
sobresubsidio bruto e inconsciente.

¿Anticiparon Ayn Rand o el liberal Milton Friedman que el Edén del Mercado de
Adam Smith llegaría a convertirse en el presente desorden? ¿Dónde estaban el
gobernador Mervyn King del Banco de Inglaterra y las cabezas del Banco Central
Europeo y del Banco de Japón mientras estos desastres comenzaban a desarrollarse?

Al igual que los usualmente mediocres directores ejecutivos, los líderes mundiales
nunca se concentraron en los peligrosos vientos que comenzaban a soplar.

Si estuviéramos en 1929, la presente epidemia financiera sería el preludio para una
prolongada depresión mundial. Afortunadamente, la historia económica nos ha
enseñado mucho desde entonces.

Los bancos centrales, como nos enseñaron Walter Bagehot en el siglo 19 y Charles
Kindleberger en el siglo 20, son los prestamistas primarios de último recurso. Como
diría Kipling, “¿Qué saben de dinero si tan sólo de dinero es de lo que saben?”.

Cuando los bonos y las acciones están ardiendo o se están congelando, la
preocupación con el control de la inflación, la mantra inicial del gobernador Bernanke,
no es ni por asomo suficiente.

Los distritos comerciales en todas partes del mundo esperan ansiosamente para ver
cómo hacen frente los gobiernos al remolino que produjo la excesiva desregulación:
empleos perdidos, nidos de ahorros vacíos, altos precios de la energía y las materias
primas, ganancias negativas de capital sobre las casas y los portafolios diversificados.

Por supuesto, parte de esto puede culparse a nuestros propios pecados de omisión y
comisión. Algo de ello viene del choque de la oferta: de las interrupciones en las
perforaciones de petróleo en el Medio Oriente, y de la inflación de las materias
primas y de los alimentos que emana de las nuevas demandas chinas por mejores
estándares de vida. Pero la mayor parte viene de las fallas de los árbitros sociales
a quienes los votantes, ricos y pobres, eligieron para los puestos más altos del mundo.

El viejo lema, “es la economía, estúpido”, finalmente penetró en la Casa Blanca.
De acuerdo a lo programado, con la velocidad de la luz, el presidente George W.
Bush, quien había sido mejor educado en Yale, propuso seriamente hacer
permanentes los apresurados estímulos fiscales y desregulaciones que han
producido los escándalos económicos actuales.

Desacreditados y radicales economistas del lado de la oferta del circo del primer
período del presidente Ronald Reagan salieron de su retiro para pedir de nuevo
que no hubiera impuestos para las ganancias de capital a favor de la dependencia
de vitales servicios gubernamentales sobre los impuestos fijos para los asalariados.

Cuando el temor al riesgo paraliza tanto la inversión como los gastos de consumo,
el gasto fiscal presupuestario sensato y medido es la prescripción para aumentar
la disminución de las tasas de interés del Banco Central.

Cualquier tontera que perpetre el electorado puede compensarse en elecciones
futuras. Sin embargo, es conocimiento común que en la actualidad el dinero compra
votos legalmente. Por ello, los realistas atemperarán optimismo con una guardada
cautela.

© Los Angeles Times y La Voz del Interior

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